Hay 4 cosas que no me pueden faltar en la cocina: mis cuchillos, el 'corta-verduras-en-dados', el wok y el horno. Hasta el punto que cuando me toca cocinar en casa de algún amigo me voy con todos mis utensilios, ¡menos con el horno! :)
Cuántas veces habré dicho por qué un wok me parece 'La Sartén', te permite cocinar sin preocuparte mucho por 'las formas', da igual lo que remuevas la comida y con qué energía que no se saldrá nada. El horno es aún más cómodo, no tienes que hacer nada (o casi nada) salvo esperar a que esté hecha la comida; a lo sumo regar cada cierto tiempo la comida con algún líquido, nada más.
Perdería la cuenta si tuviese que pensar en la cantidad de amigos que tengo que sólo usan el horno para... ¡guardar las sartenes! Claro, dónde si no :) Y lo peor de todo es que lo usan como armario porque no tienen ni idea de darle el uso que le corresponde.
Así es como se ha comido el arroz blanco de toda la vida en mi casa, y no fue hasta que lo comí de pequeño por primera vez en casa de algún compañero de clase cuando valoré realmente el arroz que hacía mi madre. Hoy es fácil encontrarnos con amigos que lo condimentan algo, pero sigo viendo como para muchos de ellos el arroz blanco no es más que eso, arroz cocido en agua y sal que no tienen más remedio que alegrar con algún sofrito de bote porque si no eso no hay quién se lo coma.
Una vez más, es gracias a una de las redes sociales para tragaldabas que frecuento lo que me lleva a hacer esta receta. Justafoodie es una de las top spotters de esa red y toda una tragaldabas, hoy os traigo esta receta gracias a ella, no he hecho más que traducir la suya y adaptarla en base a los ingredientes y utensilios de que dispongo.